
Círculo de piedra
Nuestra primera construcción
Levantamos con las piedras que se encontraban dispersas o enterradas en el terreno. Muchas de ellas habían sido usadas en otro tiempo para encauzar el agua hacia el anterior molino. Aquellas piedras, que generaron energía física, sostienen hoy una energía simbólica: canalizan sentido, dirección y propósito compartido.
Su construcción nos dio la oportunidad de comprender algo esencial: una piedra sola no forma un círculo, pero al apoyarse unas en otras, surge una estructura viva y estable. Esta imagen reflejó nuestro anhelo comunitario y nos reveló un principio fundamental: lo sagrado nace en la interdependencia.
El Círculo fue trazado en sintonía con los elementos y las fuerzas de la naturaleza. Cada una de sus entradas está orientada hacia las cuatro direcciones cardinales, que actúan como portales por los que fluyen las energías invisibles de la Tierra. De ese modo, construimos atendiendo también a lo que no se ve, como hacían nuestros ancestros. Por tanto, con este espacio, quisimos honrar a la naturaleza y dar cabida y contenido a todas y cada una de nuestras relaciones, tanto interpersonales como con el universo.
En el círculo, y en torno a un fuego, celebramos equinoccios, solsticios y lunas, recordando que formamos parte de una red invisible que sostiene la vida y que merece ser reconocida y celebrada. En su centro se encuentra un espacio ritual que honra a los guardianes del lugar y a los elementales.
Custodiando la puerta principal, el símbolo de la tortuga representa la sabiduría y la persistencia. Le acompañan dos lauburu: uno asociado a la vida y otro a la muerte (lauburu procede de las palabras vascas lau, “cuatro” y buru, “cabeza”). Con ellos, el círculo abraza el ciclo completo de la existencia y alude a nuestra esencia más indígena y ancestral.